Recordaré siempre a este
verano que se extingue por los 12 libros que lo vivieron conmigo; fue como
correr un maratón que alteró la musculatura de mi alma.
Aprendí con la
belleza de “Manon Lescaut” que la percepción que tengo del otro puede ser
distorsionada en el espejo de mi pasión.
Con la fuerza de “Jane
Eyre” comprobé, que es una decisión propia y personal eso de ver la belleza en
el otro y eso de establecer sueños que se sintieron imposibles hasta que se volvieron
realidad.
Con el silencio de “Bartleby”,
me di cuenta del impacto que tienen las cartas muertas, las palabras no dichas,
aquellas que se quedaron encerradas y no llegaron a su destino.
Con la generosidad de
“Benito Cereno”, entendí que igual que él me equivoco al interpretar, guiada
por mi propio mapa perceptual, lo que mis ojos ven y a la gente que me rodea.
Con la “Metamorfosis”
comprendí que un bicho simboliza un cambio drástico en la normalidad, algo que
destroza la rutina sacudiendo las bases de la familia y transformándola para
siempre. La extinción del bicho, no hará posible el regreso de Gregorio que se
ha perdido para siempre.
Con “Un Médico Rural”,
descubrí que hay heridas que nos hermanan y que nos definen y que no pueden ser
curadas sino sólo aceptadas.
Mirando y saboreando
la poesía de la novela “Al Faro”, distinguí el significado y la fortaleza eterna
de la luz iluminadora de una madre que abraza mientras guía a los hijos por el
mar de la vida.
En “Luz en Agosto”
pude ver como el dolor y el abandono definen el color de la piel que habitamos,
el sabor de la sangre que albergamos, el resultado de las vidas que vivimos.
Con la sabiduría
infinita del maestro Borges y sus “Ficciones”, recibí la alegría de saber que
todos “los hubieran” de mi vida son posibles; de que existen en dimensiones que
no puedo ver pero que están ahí, en el mismo mundo en el que se encuentra ese jardín
con senderos que se bifurcan.
Tiritando con “El
Palacio de Hielo”, comprobé la fragilidad y belleza de los corazones de los
niños congelados por secretos, por palabras mal interpretadas, por suposiciones
inadecuadas, por la dureza de vivir en un mundo de adultos.
“Beloved” confirmó en
mi misma la importancia absoluta del amor por los hijos en el corazón de una
mujer. Beloved me marcó con su hierro candente el horror de la esclavitud, de
la irracionalidad y del sinsentido del odio y de la intolerancia hacia una piel
diferente.
Con “Desgracia” experimenté
el dolor de África y de un país cuya gente oprimida reclama lo que le fue
arrebatado a un hombre degradado por sus actos, justo al inicio de su vejez,
del final inexorable e ineludible.
Mi alma no podrá ver
el mundo de la misma manera, luego de vivir este verano cargado de sol y de libros.
Falmer, 23 de agosto
de 2013
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